En el margen derecho, donde dice "Archivos del blog" he ordenado las entradas de acuerdo al orden que figuran en el libro, por lo tanto, aconsejo ir leyendo las entradas desde la primera hacia abajo. Muy obvio, pero lo que abunda no daña.
Un abrazo
Carlos Erasmo Aguirre
lunes, 2 de abril de 2012
domingo, 11 de marzo de 2012
PARTE TERCERA: Conclusiones y Aperturas
ARGENTINA EN LA COMUNIDAD MUNDIAL
He expuesto nuestro Modelo
Argentino en términos de transformación de la comunidad nacional, deseando
profundamente que sirva a nuestra Patria como nación autónoma y plena.
Pero la Argentina opera dentro
de la sociedad mundial y esto no es incompatible con su independencia esencial.
Veo con claridad que la sociedad mundial se orienta hacia un universalismo que,
en un futuro relativamente cercano, nos puede conducir hacia formas integradas
en el orden político tanto como en el económico y social.
Estamos en la aurora de un
nuevo renacimiento, pero seríamos muy ingenuos si confiáramos en que tal
renacimiento resultará un producto espontáneo de la historia del mundo. Como
participamos de una etapa en la cual las determinaciones políticas básicas se
dan en el nivel de los pueblos organizados en Estados, la unión que conduzca al
universalismo sólo puede provenir de los pueblos mismos antes que de decisiones
arbitrarias. La experiencia histórica así lo enseña.
Los grandes problemas
mundiales que se vislumbran en función de un panorama histórico general, pueden
agruparse de la siguiente manera:
a) La sobre población en
relación con las disponibilidades de recursos dominantes, especialmente
alimentos.
b) El agotamiento de recursos
naturales no reproducibles.
c) La preservación del ámbito
ecológico.
Tales problemas pueden tener
solución adecuada si se comprende que el universalismo no puede reducirse al
ámbito de la concepción teórica, sino que debe hacerse efectivo a través de un
proceso integral que comprometa a toda la humanidad.
Creo que esta línea de
pensamiento se instala en la Carta Pastoral Gadium et Spes cuando afirma que
“el género humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas
creadas, sino que le corresponde además establecer un orden político, económico
y social que esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a su grupo
afirmar y cultivar su propia dignidad”.
El itinerario está trazado;
debemos prepararnos para recorrerlo. Una difícil y sutil tarea es ésta para los
hombres del futuro: lograr una integración que no consista en una nueva
manifestación enmascarada de imperialismo; compatibilizar el universalismo con
la indispensable preservación de la identidad de los pueblos.
Así como sostuve que una
auténtica comunidad organizada no puede realizarse si no se realiza plenamente
cada uno de sus ciudadanos, pienso que es imposible concebir una integración
mundial armónica sobre la base de una nivelación indiscriminada que
despersonalice a los pueblos y enajene su verdad histórica.
Para nosotros, los argentinos,
esta ardua labor nos exige robustecer desde ya una profunda cultura nacional,
como único camino para consolidar el ser nacional y para preservar su unidad en
las etapas que se avecinan.
La liberación en todos los
terrenos es insoslayable requisito para ingresar en el proceso universalista.
Resulta así que para
constituir al mundo como un ente armónicamente integrado es necesario liberarse
de dominadores particulares. Paralelamente deben considerarse dos etapas esenciales
a las que me he referido en numerosas oportunidades: la del continentalismo y
la del Tercer Mundo.
La etapa del continentalismo
configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente
sobre la base de la vecindad geográfica, sin pequeños imperialismos locales.
Esta es la concepción general con respecto a los continentes, y específicamente
la concepción de Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa y,
sobre todas las cosas, sincera.
Debemos actuar unidos para estructurar
a Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada, y es preciso
contribuir al proceso con toda la visión, perseverancia y tesón que haga falta.
Tenemos que asumir el
principio básico de que “Latinoamérica es de los latinoamericanos”.
Quiero refirmar con énfasis
que nuestra proposición no es agresiva: simplemente recoge la enseñanza de la
historia y la proyecta hacia el futuro, incorporando la constructiva
cooperación estrecha con todos los países.
Para cumplir plenamente con el
programa universalista, debemos tener total independencia de decisiones, y ello
requiere una Latinoamérica con individualidad propia.
Como latinoamericanos,
atesoramos una historia tras de nosotros: el futuro no nos perdonaría haberla
traicionado.
No cabe duda que el Tercer
Mundo debería conformarse como una extensa y generosa comunidad organizada. El
Modelo Argentino incorpora y sintetiza nuestra “Tercera Posición”, pero no
puede dejar de reconocer que “Tercer Mundo” y “ Tercera Posición” no significan
lo mismo.
La Tercera Posición es una
concepción filosófica y política. No todos los países que integran el “Tercer
Mundo” participan necesariamente de ella. Es prudente admitir, en consecuencia,
que la fortaleza del Tercer Mundo ha de residir precisamente en la sólida
configuración de un movimiento que respete la pluralidad ideológica, siempre
que conserve el denominador común de la liberación.
Por otra parte, existen como
factores aglutinantes la comunidad de propósitos, la vocación mundial auténtica
y el hecho de que nuestros países alberguen grandes reservas de recursos
naturales no reproducibles.
No se trata de promover una
suerte de revancha histórica. Sólo de usar positiva y creativamente las
reservas que la historia ha puesto en los países del Tercer Mundo, como
condición básica de la sociedad mundial universalista que nosotros queremos.
La configuración del Tercer
Mundo no ha de realizarse por generación espontánea. Por el contrario, debe
surgir de un proceso deliberado y consciente y, por lo tanto, programado. Su
realización requiere toda la eficiencia necesaria para que la comunidad del
Tercer Mundo quede al abrigo de oposiciones disolventes tanto internas como
externas.
La experiencia nos indica que
un Tercer Mundo vinculado sólo a través de lo sociopolítico será
inevitablemente débil en su conformación, mientras que, si actúa en profundidad
con vínculos económicos bien definidos, habrá de gestar su propia importancia
económica.
Desde el punto de vista
político, se trata de lograr un nivel aceptable de coincidencias entre todos
los países que se hallan fuera de la franja industrial del hemisferio norte,
con las inevitables excepciones. Estoy pensando en América Latina, Africa,
Medio Oriente y Asia, sin distinciones ideológicas.
Los intereses de aproximación
internacional han surgido generalmente a partir de problemas concretos y sin una
previa visión universalista. En este sentido, no respondieron a las auténticas
necesidades de los pueblos, sino a los intereses particulares de los grandes
grupos de poder. Es preciso ahora revertir el proceso, elaborando a la luz de
la voluntad de los pueblos los procesos que habrán de contribuir a la futura
comunidad mundial.
El hombre es el único ser de
la Creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. El
animal construye una guarida transitoria, pero aquél instaura una morada en la
tierra: eso es la Patria.
Es mi deseo que nadie
bastardee la palabra “Patria”, convirtiéndola en un rótulo vacío Nuestros
heroicos próceres no necesitaron desgastarla para comprender que alude a esa
profunda mística que, recíprocamente, habita en el corazón de cada uno de los
hombres.
El universalismo constituye un
horizonte que ya se vislumbra, y no hay contradicción alguna en afirmar que la
posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente, descansa en la exigencia de ser
más argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en
indefinido habitante de un universo ajeno.
En esta etapa de mi vida,
quiero como nunca para mis conciudadanos justicia y paz, convoco con emoción a
todos los argentinos a hundir hondas raíces en su tierra grande y generosa,
como único camino esencial para florecer en el mundo.
JUAN DOMINGO PERON
Las Fuerzas Armadas
Pienso que el mundo del futuro
tiene una sola posibilidad para poder realizarse: adoptar la concepción
universalista, es decir, concebirse totalmente integrado. Para ello, es
imprescindible que las naciones ingresen decididamente por el camino de la paz.
Sin embargo, la organización
del mundo según la concepción universalista no implica la desaparición de
fricciones y discrepancias en el orden internacional, especialmente durante las
etapas de gestación de ese nuevo mundo. Tampoco excluye totalmente las posibilidades
de que se produzcan conflictos bélicos, a través de los cuales determinados
grupos, especialmente los económicos, pretenderán satisfacer sus propios
intereses.
Es más, la marcha hacia el
universalismo en sus sucesivas etapas nacional, regional y continental, se
caracterizará por la lucha que desarrollarán las naciones para independizarse
de los imperialismos que las mantienen oprimidas.
El Modelo Argentino define
claramente el estilo nacional que deberá identificar a la República en el
futuro y, además, establece los grandes objetivos que deberán alcanzarse para
lograr la total liberación nacional.
Tal circunstancia implica que
las Fuerzas Armadas, adecuadamente reorganizadas en base al potencial real de
la Nación y a las verdaderas exigencias de la Defensa Nacional, se apresten a
respaldar firmemente la transformación que marca la República. Transformación
que, por otra parte, no es más que la materialización del deseo manifestado por
el pueblo argentino de eliminar definitivamente las formas de opresión de
distinta naturaleza que durante decenios ejerció el imperialismo, para detener,
en beneficio propio, el desarrollo nacional.
A fin de enmarcar con
precisión las misiones que cumplirán las instituciones armadas, deberá tenerse
particularmente en cuenta que no sólo se limitarán a prepararse para el
desarrollo específicamente militar, sino que participarán decididamente en el
proceso de liberación nacional, contra toda forma de imperialismo interno o
externo.
Dicha intervención se
concretará mediante actividades de apoyo a la comunidad y a través de acciones
de tipo educativo que se dirigirán especialmente sobre el personal de
tropa que anualmente pasa por sus filas,
y que se extenderán al personal de cuadros, quien tendrá a su cargo difundir y
predicar la Doctrina Nacional. Doctrina que sintetizándola, podríamos definir
como las máximas aspiraciones argentinas, vertidas en el Proyecto Nacional.
Las Fuerzas Armadas son parte
del pueblo y, como tal, están integradas con el mismo. La unión y solidaridad
del pueblo y las Fuerzas Armadas son una precondición para que fructifique la
Democracia Social de nuestro Modelo Argentino.
En consecuencia, a las Fuerzas
Armadas, como a cualquier otro sector de nuestra sociedad, les compete
desempeñar un rol preponderante en la Defensa Nacional. Esto significa que si
bien nuestras instituciones armadas, ante la eventualidad de un conflicto
militar, constituirán la columna vertebral del sistema de defensa, su
participación no se limitará a prepararse para esas posibilidades. También
colaborarán firmemente en los esfuerzos en que se empeña el Estado Argentino y
el resto de los sectores nacionales, con la finalidad de alcanzar y consolidar
el desarrollo armónico de la República.
Nuestras Fuerzas Armadas
asumieron plenamente la tarea de defensa contra el neocolonialismo y su
compromiso consiste en la participación activa en la reconstrucción del país,
realizada con sentido nacional, social y cristiano.
Un nuevo aporte, en estas
circunstancias, será el de contribuir a la formulación del Proyecto Nacional,
como otro grupo efectivo de pensamiento de los que conforman la comunidad
argentina, señalando para cada uno de los campos que responden al quehacer
nacional, qué es lo que conciben más apropiado para lograr la grandeza y la
felicidad del pueblo argentino.
A fin de cumplir con
eficiencia las misiones generales señaladas, nuestras instituciones castrenses
deberán reunir ciertas características que enunciadas configuran el modelo de
Fuerzas Armadas que necesita el país para respaldar su futuro.
Consecuentemente las Fuerzas
Armadas argentinas deben:
- Tener un profundo conocimiento de los objetivos nacionales y consustanciarse con ellos.
- Integrarse estrecha y realmente con el pueblo del cual se nutren y a quien se deben.
- Establecer íntimo contacto con los diferentes sectores de la sociedad, a fin de comprender sus problemas y necesidades, única forma para materializar objetivos comunes.
- Elaborar la estrategia militar basada en la que adopte el Estado. Consecuentemente, elaborar la Doctrina Militar Nacional, y estructurar las organizaciones adecuadas para satisfacer sus exigencias.
- Desarrollar una verdadera doctrina conjunta, que facilite y haga más eficiente el accionar militar.
- Cooparticipar activamente en el desarrollo nacional fomentando áreas aún no abarcadas por los sectores privados, y vinculadas con la Defensa Nacional.
- Impulsar decididamente la actividad científico-técnica, con la finalidad de desarrollar una industria bélica nacional que la autoabastezca, eliminando la dependencia del extranjero.
- Sumar su acción a los esfuerzos que los sectores nacionales realizan en las distintas áreas de la comunidad, para romper con la sujeción material o espiritual ejercida por los grandes intereses extranacionales.
- Participar activamente con su tecnología, medios y personal, en la ejecución de los programas industriales que se realicen en el ámbito civil, fundamentalmente en aquellos de importancia estratégica, como el Plan Siderúrgico Nacional, y en los que sean fuentes de producción para sus propias necesidades.
- Cooperar con la comunidad en cuanta oportunidad pueda prestar su concurso en pro del bienestar del pueblo.
Así concibo a nuestras Fuerzas Armadas,
consustanciadas con nuestro pueblo en una estrecha e indestructible unidad
espiritual.
La Iglesia
Existe una cabal coincidencia
entre nuestra concepción del hombre y del mundo, nuestra interpretación de la
justicia social y los principios esenciales de la Iglesia.
Ya en otra oportunidad busqué ofrecer
una visión espiritual y trascendente del hombre, y puesto peculiar en la
historia y la realidad.
Un hombre hecho a imagen y
semejanza de Dios, realizando su existencia como sujeto histórico que desempeña
en el mundo una misión espiritual única entre los seres de la Creación. Tal
hombre realizado en la comunidad está lejos de concretar fines egoístas o
burdamente materiales pues como ya lo sabían los griegos, no hay equilibrio
posible en una comunidad en la que el alma de sus hombres ha perdido una armonía
espiritual.
En este sentido, no sólo los
principios filosóficos guardan plena coherencia: la Iglesia y el Justicialismo
instauran una misma ética, fundamento de una moral común, y una idéntica
prédica por la paz y el amor entre los hombres.
No vacilo en afirmar que toda
configuración sociopolítica tanto nacional como mundial supone, además de una
clara exigencia nacional, una sólida fe superior, que impregne de sentido
trascendente los logros humanos.
Si en las realizaciones
históricas dependemos de nuestra propia creatividad y de nuestro propio
esfuerzo, el sentido último de toda la obra estará cimentado siempre sobre los
valores permanentes.
No pretendo evaluar
integralmente la concepción de la Iglesia, a los propósitos de un modelo
temporal como es el Modelo Argentino.
Pero estoy seguro, eso sí, que
el llamamiento de las cartas encíclicas, las constituciones pastorales y las
cartas apostólicas -particularmente las más recientes- constituyen para
nosotros un aporte claro y profundo. Pienso que, en este terreno, el Modelo
Argentino sólo necesita que ese mensaje sea adaptado eficientemente.
Presento un Modelo nacional,
social y cristiano.
Al núcleo trascendente del
hombre argentino va esta propuesta: es hora de superar una visión materialista
que amenaza aturdir al ciudadano con incitaciones sensoriales que dispersan su
vida interior.
La ruta que debemos recorrer
activamente es la misma que definen las Escrituras: un camino de fe, de amor y
de justicia, para un hombre argentino cada vez más sediento de verdad.
Los Empresarios
Para calificar la función del
empresariado en la democracia social argentina, partimos de que la empresa es
organizada sobre una base humanista. Los criterios para ello nacen de la
esencia de este Modelo Argentino, social y cristiano.
El primer objetivo de la
empresa en una sociedad que quiere justicia social auténtica, no es simplemente
el beneficio, sino el servicio del país.
El beneficio de la empresa, en
nuestra concepción, debe establecerse de forma tal que siempre se asegure una
retribución justa al empresario como factor de producción lo cual incluye
cierta retribución de riesgo que se hace mínimo en la medida en que se trabaje
con planificación; y que determina también que los frutos del progreso se
difundan a toda la comunidad a través del sistema de precios.
Sólo cuando el empresariado
procura prestar el mayor servicio al país admitiendo límites mínimos y máximos
a su beneficio, puede coincidir lo que es conveniente tanto para el empresario
como para el país. Esta coincidencia es una precondición para que exista una
democracia verdaderamente social.
La admisión del concepto de
que la empresa constituye un bien social, que la participación de los
trabajadores en su funcionamiento y beneficio de una realidad irreversible,
constituyen elementos de juicio que deben ser adecuadamente reglamentados.
Otro aspecto reside en la
participación de los empresarios en las decisiones. La fisonomía de esta
participación admite formas que van desde el asesoramiento del gobierno, hasta
compartir ciertas actividades con él. Será la sociedad la que determinará, a
través de sus mecanismos idóneos, cuál será la competencia específica que le
corresponda en cada caso.
La empresa debe ser concebida
como un sistema cuya eficiencia debe ser siempre incrementada.
Ella es el ámbito esencial de
aplicación de la tecnología en el proceso productivo y reconocemos que
básicamente la expansión de esa producción se debe originar en el efecto de la
eficiencia.
Se reconoce también como
decisivo el aporte del empresariado a la estructura de precios que en todo
momento debe adecuarse al desarrollo deseado.
Desde el punto de vista del
beneficio empresario, el mismo debe guardar estrecha relación con la aspiración
de trasladar a la comunidad los frutos del proceso, a través del sistema de
precios.
Esto implica la necesidad de
establecer las formas de producción y comercialización que sean intrínsecamente
más aptas para funcionar dentro del Modelo requerido. La sociedad deberá
decidir sobre ello, considerando separadamente
cada actividad de desarrollo.
Los Intelectuales
El mundo vive un período de
extraordinaria evolución en los ámbitos científico-tecnológico y filosófico, lo
que origina cambios trascendentales, muchos de los cuales ocurren a lo largo de
la vida de un solo hombre.
La figura del intelectual
constituye un verdadero seguro contra la incertidumbre y la vacilación.
El futuro debe edificarse
sobre bases tanto filosóficas como eminentemente prácticas. Por ello, el
intelectual debe remitirse a interpretar el cambio y a visualizarlo con
suficiente anticipación; a poner en juego la inteligencia junto con la
erudición, la ciencia social junto con la ciencia física, el mundo de las ideas
junto con el de la materia y el del espíritu y la idea junto con la creación
concreta.
Se hace necesaria la presencia
activa del intelectual en todas las manifestaciones de la vida. Pasó la época
en que podía admitirse la carencia o evasión de talentos.
Cuando rige una sociedad
competitiva, que se mueve económicamente en función del beneficio y que no
valoriza el costo social de su forma de ser, la necesidad de la intelectualidad
se remite básicamente a los procesos de producción y a las exigencias del
mercado.
Los intelectuales de las
ciencias sociales quedan allí al ser evaluadores de un cambio social, de cuyo
proyecto no participan y resultan idealistas, trabajadores conceptuales de
alto nivel, pero no activistas del
cambio.
Cuando, por el contrario, se
quiere construir una democracia social en la cual se produce según las
necesidades del hombre, se valoriza al hombre en función social como el fin de
la tarea de la sociedad, se asume la necesidad de trabajar con programación y
con participación auténtica, y se toma la responsabilidad de formalizar un
Proyecto Nacional y de concebir la sociedad del futuro y trabajar para ella en
un proceso, la dimensión de la tarea intelectual que ese proceso requiere se
hace realmente muy grande.
Para identificar en nuestro
medio el papel de los intelectuales baste recordar que el Proyecto Nacional a
que aspiramos tiene valor no sólo conceptual sino práctico, y resulta de una
tarea interdisciplinaria. Para ello debe tenerse en cuenta especialmente lo que
los intelectuales conciben, lo que el país quiere y lo que resulta posible
realizar.
Su tarea de aporte a la
reconstrucción de la argentinidad está así claramente definida. La forma de
enfrentarla está también precisada por el hecho de que la labor debe ser
realizada de todos los elementos que representan a nuestra comunidad.
Toca a la intelectualidad
argentina organizarse para asumir su papel. El intelectual argentino debe
participar en el proceso cualquiera sea el país en que se encuentre.
No han de bastar para ello las
declaraciones ampulosas.
El sistema liberal ha formado
intelectuales para frustrarlos. Les ha negado participación y ha creado las
condiciones para que no exista reconocimiento social ni reconocimiento
económico a su labor.
La distorsión de la escala de
valores ha sido tan absurda, que el intelectual argentino ha terminado siendo
un extraño en su propia tierra.
La comunidad que deseamos
consolidar tiene que desarrollar un conocimiento social adecuado a la labor del
intelectual auténtico y adoptar previsiones que preserven siempre este estado
de cosas. Se trata no sólo del reconocimiento económico, sino particularmente
de su valorización social y política. Se trata también de su participación y de
establecer medios de evaluación del intelectual auténtico.
Queremos, por lo tanto, una
sociedad en la que el hombre valga por sus conocimientos y sus condiciones
morales, y no por sus diplomas y sus vinculaciones sociales.
Esto exige un adecuado régimen
universitario y la vigencia constitucional de los derechos del intelectual.
Los Trabajadores
En nuestra concepción, el
trabajo es un derecho y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por
lo menos lo que consume.
Los trabajadores constituyen
uno de los pilares del proceso de cambio.
En el momento en que teníamos
que rescatar a la sociedad argentina de una concepción liberal, los
trabajadores configuraron la columna vertebral del proceso. En la comunidad a
que aspiramos, la organización de los trabajadores es condición imprescindible
para la solución auténtica del pueblo.
A partir del principio de la
libre posibilidad de construir sindicatos, el Justicialismo siempre sustentóse
en el criterio de la indivisibilidad de la clase obrera organizada. En
consecuencia, una sola central obrera.
El fundamento del vínculo es
la solidaridad. Las organizaciones sindicales viven el impulso de esa
solidaridad, que es la que da carácter permanente a la organización, y la única
fuerza indestructible que la aglutina. Ello con el claro sentido de que, además
de la solidaridad de la organización, está vigente la esencia de la solidaridad
individual de los hombres que la integran, por la sola razón de ser
trabajadores.
Los objetivos de las
organizaciones de trabajadores residen en la participación plena, la
colaboración institucionalizada en la formulación del Proyecto Nacional y su
instrumentación en la tarea de desarrollo del país.
Los trabajadores tienen que
organizarse para que su participación trascienda largamente de la discusión de
salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como
grupo social, definan cuál es la comunidad a la que aspiran, de la misma manera
que los demás grupos políticos y sociales.
Se requiere la presencia
activa de los trabajadores en todos los niveles.
Ello exige actualización y
capacitación intensas, y exige también que la idea constituya el medio esencial
que supere a todos los demás instrumentos de lucha.
Las organizaciones sindicales
no valen sólo por la cantidad de los componentes que agrupan, sino también por
los dirigentes capacitados que las conducen. Debe procederse a la formación de
líderes en todos los niveles.
Ello es fundamental para que
los trabajadores cumplan con toda la responsabilidad que este Modelo Argentino
les asigna.
La capacidad para decidir y
para participar en las organizaciones de los trabajadores, forman parte de las
condiciones fundamentales del dirigente gremial.
Los Derechos del Trabajador,
consagrados en nuestra reforma constitucional de 1949, tienen plena vigencia e
integran este Modelo. Los derechos a trabajar, a una retribución justa, a la
capacitación, a condiciones dignas de trabajo, a la preservación de la salud,
al bienestar, a la seguridad social, a la protección de su familia, al
mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales,
contenidos en dicha reforma, tiene que ser adicionados con el derecho a la
participación plena, en los ámbitos a los cuales el trabajador sea convocado
por leyes especiales, y además con el derecho de participación en el ámbito de
las empresas en las cuales se desenvuelve.
Los Partidos Políticos
En un país institucionalmente
representativo, la organización de las fuerzas políticas debe ser
representativa, para servir con fidelidad al país.
Para ello, toda organización
política debe tener claramente establecida su unidad de doctrina, en la cual se
apoyarán sus estructuras orgánicas y su accionar.
La unidad se logra básicamente
cuando se dispone de un profundo conocimiento del país y se hayan determinado
con claridad, los objetivos que desean alcanzarse y los medios a utilizar.
La democracia social que
deseamos no se funda esencialmente en la figura de caudillos, sino en un estado
de representatividad permanente de las masas populares.
Todas las fuerzas políticas
necesitan de la acción armónica de quienes conciben la doctrina, de los que la
predican y de los que habrán de ejecutarla.
La doctrina de cada partido,
debe ser predicada y no simplemente enseñada. Ello significa que hay que
hacerla conocer, comprender y sentir.
Pero todo partido político,
para que ejerza una acción eficiente, requiere no solamente del valor numérico
de sus integrantes, sino también de una base ideológica explícitamente
establecida. Tal aspecto podrá evidenciarse a través de una clara plataforma
política que no será otra cosa que lo que el partido conciba como Proyecto
Nacional.
Esta es, a mi juicio, la forma
en que cada partido político debe concebir los medios para lograr los objetivos
en los diferentes campos del quehacer nacional.
8.- La Función de los Grandes Sectores de la Vida Nacional
EL GOBIERNO
El gobierno debe hacer lo que
el pueblo quiere y defender un solo interés: el del pueblo.
Las tareas de gobierno deberán
orientarse hacia dos finalidades esenciales: la grandeza de la Nación y la
felicidad de su pueblo.
Lo justo es desarrollar una
acción nacional tendiente a alcanzar la prosperidad, sin que para ello sea
preciso sacrificar el mínimo de libertad a que los pueblo tienen derecho.
Nuestro Modelo exige, también,
un gobierno para una revolución en paz. Esto significa que el papel permanente
del gobierno reside en conducir el sector político-administrativo y
simultáneamente realizar los ajustes necesarios de estructuras, con amplia
visión de futuro.
Es necesario tener en cuenta
que normalmente toda tarea de transformación suele herir determinados intereses
que poseen su propio mecanismo de defensa. Por ello, para que la transformación
sea posible, no basta con un gran impulso entusiasta. Hace falta, también, una
seria perseverancia.
Pero además se requiere
capacidad para organizar su propia estructura y definir su propio crecimiento.
El Proyecto Nacional debe constituir uno de los medios esenciales para que el
gobierno marche ordenadamente hacia los fines establecidos.
Dadas estas condiciones, un
mandato importante del Gobierno en la actual circunstancia, es crear las bases
necesarias para la elaboración del Proyecto Nacional e instrumentarlo una vez
realizado.
El Gobierno debe lograr que
todo lo que se establezca en el Proyecto Nacional resulte debidamente ejecutado
y cumplido.
El país necesita ver
materializado el Proyecto Nacional. De lo contrario, otros serán los efectos
sociales que se obtengan.
Corresponde al Gobierno
conducir debidamente el proceso; conciliar la acción de todos los partícipes
del quehacer social, allí donde esta acción sea necesaria: coordinar la marcha
del país, y establecer los adecuados sistemas de control para corregir el rumbo
cuando se haya desviado.
En consecuencia, el Gobierno
que necesitamos debe caracterizarse por:
a) Tener centralizada la
conducción y descentralizada la ejecución;
b) Actuar con planificación
estableciendo la suficiente flexibilidad que permita introducir los reajustes
que correspondan. Entre los planificadores y quienes decidan y ejecuten, debe
existir una absoluta conciencia de trabajo en equipo;
c) Posibilitar la participar
de todo el país, procurando instrumentar la forma para facilitar el alcance de
los objetivos propuestos;
d) Concebir el Gobierno como
un medio al servicio total de la comunidad, para lo cual deberá lograr la
máxima eficiencia posible;
e) Contar con funcionarios
estables, de la mayor capacidad, que permanezcan ajenos a los cambios
políticos.
Datos para la Programación Institucional
Los siguientes son los datos
básicos para la programación institucional que propongo:
- Se concibe al país como un verdadero sistema. En el mismo, el campo institucional estructura el marco y establece las reglas de juego fundamentales de tal sistema, en términos jurídicos.
- Se pide al sistema eficiencia social mínima. Para ello, la planificación es un instrumento; y el gobierno con planificación un método de gobierno.
- El sistema debe funcionar con participación de todos los entes representativos de la comunidad.
La participación dentro de
nuestra democracia social deberá funcionar de una manera real y efectiva. El
ciudadano se expresa como tal a través de los partidos políticos, cuyo
eficiente funcionamiento ha dado, tradicionalmente, al Honorable Congreso
Nacional su capacidad de crear historia a través del voto de las leyes. Pero
también se expresa a través de su condición de trabajador, intelectual,
empresario, militar, sacerdote, etc. Como tal tiene que organizarse para
participar en otro tipo de recinto, como puede ser el Consejo para el Proyecto
Nacional.
La tarea de ese Consejo
debería enfocarse hacia esa obra en la cual todo el país tiene que empeñarse:
el Proyecto Nacional.
Todas estas cuestiones deberán
ser obviamente tentadas a través de los mecanismos legales correspondientes
para que adquieran la vigencia necesaria.
En todos los casos, se trata
de una comunidad que desarrolla el máximo respeto a los derechos de las mayorías
y de las minorías; y que institucionalice concretamente este respeto mediante
criterios normativos que aseguren su representación.
EL METODO DE TRABAJO INSTITUCIONAL
La democracia social requiere
que la programación institucional sea instalada en su seno como un proceso y no
como un evento transitorio que actúe con fines similares a los que rigen la
planificación en los demás campos de la actividad social integrada; que sea
conducida en forma interdisciplinaria; que los juristas que participen en la
labor interdisciplinaria tengan como objetivo programar la norma para mañana
antes que el código que consolida lo pasado; y que se hallen dispuestos a crear
todas las nuevas instituciones jurídicas que la transformación requiera, sin
ataduras de ninguna naturaleza.
Las normas que se establezcan,
tendrán que contener también un sistema de control de su propia eficiencia,
para proveer a su corrección oportuna. De lo contrario, todo nuestro esfuerzo
jurídico-institucional, estaría dirigido a cristalizar lo que ya cambió.
Configuraría un freno al ajuste necesario y, en cierta medida, una
consolidación de valores no necesariamente deseables.
Es obvio que esto no significa
desestimar el valor de la construcción pasada. Sólo quiere poner énfasis en la
necesidad de una práctica creativa para anticipar los ajustes necesarios.
LA ADECUACION INSTITUCIONAL
El camino a seguirse para
efectuar los ajustes institucionales necesarios, deberá partir, naturalmente,
de una reforma de la Constitución Nacional. Para ello, es preciso recoger las
opiniones de los distintos sectores representativos de la comunidad argentina.
De esta forma, seremos fieles
al principio de que las grandes realizaciones no se llevan a cabo sino con la
participación de todo el país.
Con respecto a nuestra
Constitución Nacional, es necesario tener en cuenta que deberá servir no sólo a
una Nación que quiere alcanzar una fisonomía interna de comunidad organizada.
También estará al servicio de un país que busca desempeñar un papel protagónico
en la realización continental etapa previa del futuro universalismo.
7.- La Organización Institucional
En este terreno he insistido
que nuestra posición es la de proceder a realizar una revolución en paz. Eso
significa que todo lo debemos hacer dentro de la ley y que nada debe realizarse
fuera de su alcance.
Ya he dicho en la sección
histórica de este trabajo que debemos corregir el defecto de creación de las
instituciones jurídicas que provienen del liberalismo, por el cual primero se
dictaba la norma y luego se procedía a la asignación de funciones. Nosotros
deberemos actuar precisamente a la inversa. Es decir, que en primer lugar se
establecerán las funciones requeridas y luego dictaremos la norma que resulte
adecuada para el fin propuesto.
Así concibo la raíz del
problema institucional de nuestra futura comunidad. De ello nace la necesidad
de trabajar con programación institucional, y de realizar un control permanente
de la eficiencia del sistema de normas y de cada una de éstas en particular.
LA DEMOCRACIA SOCIAL Y LA PROGRAMACION INSTITUCIONAL
He definido a la democracia
que debemos consolidar como una Democracia Social. Consecuentemente con ello,
nuestra forma de gobierno deberá ser: representativa, republicana, federal y
social.
Social por su naturaleza, por
sus objetivos y por su desenvolvimiento; libre de preconcepciones dogmáticas y
de extremismos. Social, en fin, en un sentido intrínsecamente cristiano.
En la democracia que deseamos,
no existirá incompatibilidad alguna entre la permanente actualización de la
libertad individual y una imprescindible planificación con adecuados recaudos
de flexibilidad.
Definida en estos términos la
futura sociedad argentina, el mejor camino para alcanzarla es gobernar sobre la
base de una minuciosa programación.
6.- El Ambito Ecológico
En la actualidad, atmósfera,
suelo y agua han sufrido graves efectos degradantes transmisibles tanto al
hombre como a la fauna y a la flora, mediante reacciones directas o indirectas.
Las expresiones de la
degradación son múltiples y la corrección tiene que efectuarse a través de cada
uno de los factores de degradación.
Lo esencial es que el hombre
mismo sea el primer defensor del medio ambiente y que el Estado establezca los
medios adecuados que logren una solución a los problemas que se presenten.
Considero conveniente señalar
algunas premisas que es menester tener en cuenta para detener la marcha hacia
un proceso que puede constituir el desastre de la humanidad.
Son necesarias y urgentes: una
revolución mental en los hombres, especialmente en los dirigentes de los países
altamente industrializados; una modificación de las estructuras sociales y
productivas en todo el mundo, en particular en los países de alta tecnología
donde rige la economía de mercado; y el surgimiento de una convivencia
biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la
naturaleza.
Esta revolución mental implica
comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el
mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general; que la tecnología es un
arma de doble filo; que el llamado progreso debe tener un limite y que incluso
habrá que renunciar a algunas de las comodidades que nos ha brindado la
civilización; que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible; que los
recursos naturales resultan agotables y, por lo tanto, deben ser cuidados y
racionalmente utilizados por el hombre; que el crecimiento debe ser planificado
sin preconceptos de ninguna naturaleza; que por el momento, más importante que
planificar el crecimiento de la población del mundo, es aumentar la producción
y mejorar la distribución de alimentos y la difusión de servicios sociales como
la educación y la salud pública; y que la educación y el sano esparcimiento
deberán reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos juegan en la
vida del hombre.
Cada nación tiene el derecho
al uso soberano de sus recursos naturales. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno
tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el cuidado y la utilización
racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber
hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.
La modificación de las
estructuras sociales y productivas en el mundo implica que el lucro y el
despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad alguna, y que
la justicia social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para
beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos
y bienes necesarios; consecuentemente, las prioridades de producción de bienes
y servicios deben ser alteradas en mayor o menor grado según el país de que se
trate.
En otras palabras, necesitamos
nuevos modelos de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico,
que al mismo tiempo den prioridad a la satisfacción de las necesidades
esenciales del ser humano, racionen el consumo de recursos naturales y
disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental.
Necesitamos un hombre mentalmente
nuevo en un mundo físicamente nuevo. No se puede construir una nueva sociedad
basada en el pleno desarrollo de la personalidad humana en un mundo viciado por
la contaminación del ambiente, exhausto por el hambre y la sed y enloquecido
por el ruido y el hacinamiento. Debemos transformar a las ciudades cárceles del
presente en las ciudades jardines del futuro.
El crecimiento de la
población, debe ser planificado, en lo posible de inmediato, pero a través de
métodos que no perjudiquen a la salud humana, según las condiciones
particulares de cada país y en el marco de políticas económico-sociales
globalmente nacionales.
La lucha contra la
contaminación del ambiente y la biosfera, el despilfarro de los recursos
naturales, el ruido y el hacinamiento de las ciudades y el crecimiento
explosivo de la población del planeta deben iniciarse ya a nivel municipal,
nacional e internacional. Estos problemas, en el orden internacional, deben
pasar a la agenda de las negociaciones entre las grandes potencias y a la vida
permanente de las Naciones Unidas con carácter de primera prioridad. Esto, en
su conjunto, no es un problema más de la humanidad: es “el problema”.
Todos estos problemas están
ligados de manera indisoluble con el de la justicia social, el de la soberanía
política y la independencia económica del Tercer Mundo y la distensión y la
cooperación internacionales.
Muchos de estos problemas
deberán ser encarados por encima de las diferencias ideológicas que separan a
los individuos dentro de sus sociedades o a los Estados dentro de la comunidad
internacional.
Lo expresado señala la
conveniencia de establecer un adecuado registro de factores de contaminación
que determine, para cada uno de ellos, los medios de contaminación a través de
los cuales operan estos factores, el potencial de degradación, la capacidad del
medio ambiente para absorber a los factores sin degradarse y todo otro aspecto
que resulte de interés a los fines indicados.
El gobierno debe adoptar las
máximas previsiones para preservar el ambiente ecológico hasta aquellos niveles
que se consideren no perjudiciales para la vida humana. Debe, a su vez,
disponer de un adecuado ente para el tratamiento de todos los aspectos inherentes
al ámbito ecológico, tanto lo que concierne a la preservación de la vida como
la determinación de las fuentes de recursos naturales.
Finalmente deseo hacer algunas
consideraciones para nuestros países del Tercer Mundo:
Debemos cuidar nuestros recursos
naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales
que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo
en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado. Ya no
puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del
Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por
eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del
Tercer Mundo, equivale a kilos de alimentos que dejarán de producirse mañana.
De nada vale que evitemos el
éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados a métodos de
desarrollo preconizados por esos mismos monopolios que significan la negación
de un uso racional de los mismos.
En defensa de sus intereses,
los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción
solidaria.
No debe olvidarse que el
problema básico de la mayor parte de los países del Tercer Mundo es la ausencia
de una auténtica justicia social y de participación popular en la conducción de
los asuntos políticos; sin justicia social el Tercer Mundo no estará en
condiciones de enfrentar las angustias ante las difíciles décadas que se
avecindan.
La humanidad debe ponerse en
pie de guerra en defensa de sí misma. En esta tarea gigantesca nadie puede
quedarse con los brazos cruzados. Por eso nuestro país, que aún tiene la enorme
posibilidad de salvar su integridad ambiental, debe iniciar cuanto antes su
campaña en el orden interno y, al mismo tiempo, unirse a todos los pueblos y
gobiernos del mundo en una acción solidaria que permita solucionar este
gravísimo problema.
Bases Institucionales y Conducción del Campo Científico-Tecnológico
La indispensable organización
en este ámbito debe contar con un ente con máximo nivel de decisión, tal vez un
Ministerio de Ciencia y Tecnología como central de conducción del sistema, y
así como una total unidad de inteligencia y de control nacional, que oriente y
regule la oferta y la demanda de conocimientos científico-tecnológicos con
cabal especificidad, y sirva como fuente de información especializada.
Considero que en nuestro país
la administración superior de la ciencia y la tecnología debe hacerse efectiva
en el nivel gubernamental, incorporando para ello los mecanismos de
participación que correspondan.
Esto implica que la política
científico-tecnológica no puede ser de tipo liberal. La más alta
responsabilidad en el ámbito científico-tecnológico no puede estar en manos
extranjeras. Concibo además que la estructura administrativa más apta para el
campo de la ciencia y la tecnología requiere un grado elevado de participación
y de acuerdo.
Debe establecerse un apropiado
sistema de vinculación entre todos los entes dedicados al proceso de desarrollo
científico-tecnológico, y especialmente es preciso conectar el sistema
científico-tecnológico con el Gobierno, los medios de producción y el sistema
financiero.
CRITERIOS DE POLITICA Y PROGRAMACION
Dentro de este ámbito de
organización, la política de ciencia y tecnología tendrá que fundarse
principalmente en las necesidades reales del país, antes que en el estímulo de
tipo indirecto. Así como en lo económico se exige cierto nivel de empresa para
que haya eficiencia, también se requiere un nivel de trabajo en lo
científico-tecnológico para iguales fines, y debe la política de este campo
asegurarlo.
Si nuestra sociedad
científico-tecnológica es suficientemente creativa planteará demandas de
recursos en mucha mayor magnitud de la que el país puede requerir. A partir de
dicho punto debe efectuarse la evaluación de prioridad a efectos de identificar
los campos en los cuales será necesario trabajar en cooperación internacional.
Si por el contrario, falta creatividad,
nunca se generará la demanda suficiente de ciencia y tecnología como para
impulsar el desarrollo nacional.
La creatividad, y
particularmente su incentivación, está en la base de la política
científico-tecnológica que deseo para nuestra sociedad.
Es imprescindible establecer
los medios adecuados para la formación profunda del científico y del técnico,
sea bajo avanzadas formas de post-grado, como a través de institutos
especializados, o estrechando vínculos adecuados con el exterior.
Considero que el científico
debe adquirir la capacidad auténtica de negarse, con convicción absoluta, a
producir determinada forma de conocimiento científico-tecnológico que resulte
inadecuado para el país. La historia presenta claros ejemplos sobre cuál es el
tipo de conocimiento que nunca debió haberse desarrollado en la humanidad.
La propuesta que acabo de
delinear debe estar abierta a la recíproca cooperación internacional, que es
sin duda imprescindible.
En el futuro, será necesario
arbitrar todos los recursos a nuestro alcance para establecer una clara
política mundial, desarrollando un conjunto de acuerdos con todos los países
con los cuales podamos emprender esfuerzos conjuntos de investigación y
desarrollo, pero siempre procurando trabajar al ritmo del más rápido.
Finalmente, determinados
elementos de la problemática científico-tecnológica cuyo comportamiento se
requiere asegurar y localizarse deben tener su correspondiente consideración en
la Constitución Nacional, a fin de garantizar el cumplimiento de los objetivos
propuestos.
El Hombre de Ciencia y el Tecnológico
Hace falta establecer un
adecuado sistema científico-tecnológico, con centralización de conducción y
descentralización de ejecución.
Una primera tarea del sistema
consiste en asegurar confianza perdurable a los científicos y técnicos. Esta
confianza requiere la consideración, entre otros, de los siguientes aspectos:
respeto a la tarea del hombre de ciencia y del técnico; adecuada estabilidad; reconocimiento
social de su función; nivel de remuneración que retribuya dignamente su
consagración y su esfuerzo y, sobre todo, que cree las condiciones que permitan
su consagración plena a la disciplina que cultiva; medios de promoción según
valores auténticos. Por último, será necesario realizar un equipamiento total
para que los largos esfuerzos puedan realizarse sostenidamente y hasta el
completo logro de los fines propuestos.
No me cabe duda de que hace
falta también una clara toma de conciencia en el Gobierno y en el Empresariado.
Ambos tiene la responsabilidad moral e histórica de ocupar a todos los
científicos y técnicos del país.
Esto no debe entenderse
simplemente como paliativo contra el éxodo; en rigor, configura una grave
incoherencia social impulsar a nuestros hombres a desarrollar líneas de
especialización, sin darles después la posibilidad de aplicar sus aptitudes en
forma socialmente útil.
El avance
científico-tecnológico requiere una tarea planificada e interdisciplinaria,
como así también, la asignación de recursos suficientes que posibiliten
alcanzar óptimos niveles de desarrollo.
Elección de Objetivos
La sociedad
científico-tecnológica que propongo a partir de la evaluación conceptual
expuesta, debe elegir ciertos objetivos esenciales en su acción permanente.
Para establecer dichos objetivos hay que tener en cuenta que todos los ámbitos
de la actividad económica requieren de lo científico-tecnológico una
determinada conducta en lo que hace a logros y procedimientos. Esto define
algunos caracteres de la fisonomía que debe tener el campo de la ciencia y la
tecnología. Otros derivan de sus propios requerimientos.
En esencia, se trata de que el
campo científico-tecnológico tenga un nivel de conocimiento suficiente como
para ser razonablemente autónomo.
Ningún país puede aspirar hoy
a una total autarquía, y el nuestro no puede cubrir con igual eficiencia todas
las necesidades científico-tecnológicas. Pero será vital que las decisiones
sobre el desarrollo de nuevos conocimientos que se incorporen a nuevas
inversiones queden en manos nacionales o sean gobernables por el país.
Debe haber, en consecuencia,
un poder nacional de decisión para conducir lo científico-tecnológico que nos
interese.
Se trata, además, de no hacer
de la acumulación de conocimientos científico-tecnológicos el objetivo del
cambio. Por el contrario, se trata de identificar al conocimiento científico-tecnológico
que es indispensable para el modelo de sociedad propuesto.
Considero que el campo
científico-tecnológico debe aporta conocimientos para: desarrollar una
capacidad adecuada que permita disponer suficiente poder nacional de decisión,
pues cada sector de conocimiento contribuye a fortalecer este poder; tener
disponible en el momento preciso la tecnología adecuada para lograr los mejores
resultados en cada una de las actividades económicas, exportar tecnología con
el máximo grado de complejidad posible; sustituir progresivamente la
importación de tecnología y realizándola a niveles adecuadamente económicos;
establecer los sectores de conocimientos necesarios para que sean asumidos por
la sociedad, a fin de estar en condiciones de adoptar las pautas que se ajusten
a su propia fisonomía; y alcanzar una conducta lo suficientemente prudente como
para que nuestro país no sufra los mismos males del desarrollo tecnológico
cuyas consecuencias estamos viendo en los países superdesarrollados.
INCENTIVACION DE LA CREATIVIDAD
La sociedad que visualiza el
presente Modelo debe asignar a este campo la misma importancia que se asigna a
los ámbitos ya considerados.
Se requiere la máxima
incentivación del esfuerzo creativo, desarrollando también criterios de
adaptación de tecnología externa en la medida en que sea conveniente, pero sin
ubicar a nuestra sociedad dentro de un simple modelo adaptativo.
Este modelo científico-tecnológico creativo debe
elaborar programas y proyectos, integrados desde la concepción científica hasta
la aplicación final; a partir de allí será necesario establecer adecuados
controles de evaluación de tales proyectos y desarrollos, como así también de
la eficiencia del sistema científico-tecnológico en su totalidad.
Dependencia Tecnológica
Ciertos sectores de nuestra
economía han dependido y aún dependen de la importación de tecnología
extranjera. Tal dependencia constituye en alguna medida un aspecto particular
de dominación.
Eliminar totalmente la
importación de tecnología no constituye un paso próximo a lograr, pero sí debe
ser reducida a lo estrictamente imprescindible.
La sociedad que anhelamos para
el futuro debe comprender que el problema científico-tecnológico está en el
corazón de la conquista de la liberación.
Sin base
científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace imposible. El
mundo es, en esta materia, cada vez más interdependiente, y nuestro potencial
actual ya tiene la capacidad crediticia necesaria para permitirnos una política
nacional inteligente, que concrete su potencial, lo trabaje con programas
efectivos y unidad de criterio, y opere recíprocamente con todos los centros
del mundo.
Tiene que generalizarse
también la idea de que la dependencia tecnológica es más difícil de revertir
que la dependencia comercial o financiera. En lo comercial, pueden modificarse
rápidamente estructuras, y en lo financiero lograrse un cambio de financista.
Lo científico-tecnológico
requiere una larga sedimentación que exige la acción decantadora del tiempo, y
sólo rinde fruto real cuando alcanza cierto nivel de costo y aceptable grado de
perfectibilidad.
Lo importante es que en
materia de ciencia y tecnología debe trabajarse para el presente y para el
futuro al mismo tiempo.
Este concepto tiene una seria
implicación inmediata: toda tecnología incorporada desde el exterior - y aún la
tecnología nacional - puede desarrollarse con limitaciones o bien ser
ampliamente difundida.
No ayuda a la liberación la
existencia de estrechos compromisos tecnológicos. Esta es una clara orientación
que la sociedad debe tener en cuenta para establecer reglas de juego precisas
en el proceso de incorporación de tecnología y capital extranjeros, así como
para el comportamiento de los sectores productores y usuarios de tecnología en
el nivel nacional.
Además, como el ritmo de
crecimiento depende del ritmo de aplicación de tecnología en función
productiva, en la medida que se quiera un crecimiento suficiente del producto,
será también necesario llegar a, por lo menos, cierto nivel de desarrollo
tecnológico propio.
Es muy difícil determinar cuál
es el nivel de acumulación de conocimientos científicos suficiente. En tal
sentido, la sociedad deberá tratar de establecer algunos criterios
razonablemente objetivos, para que pueda tomarse una decisión sobre el
particular.
La cuestión es fundamental,
pues no puede existir heterogeneidad alguna entre el nivel de suficiencia
científico-tecnológica y el de los recursos que se vuelquen en su desarrollo.
5.- La Ciencia y la Tecnología
CONCEPTOS BASICOS
Si bien la importancia de la
ciencia y el desarrollo tecnológico normalmente se asocia con los países
rectores en el mundo, es imperioso señalar que la ciencia y la tecnología
tienen una función primordial que cumplir en los países de menor desarrollo relativo
en busca de una mayor autodeterminación y solución a sus problemas
particulares.
La tecnología constituye un
conjunto de conocimientos directamente aptos para la producción. Tal conjunto
tecnológico puede provenir de fundamentos empíricos de actividades de
producción, o de la actividad de investigación y desarrollo del sistema
científico-tecnológico propiamente dicho.
Para asumir las proposiciones
que este Modelo formula más adelante es esencial señalar que la tecnología es,
hasta cierto punto, una forma especial de “mercadería”. Siendo inmaterial, es
acumulable; entra como un recurso en la producción; es susceptible de todas las
transacciones económicas corrientes (compra-venta, importación, exportación,
etc.); constituye un verdadero patrimonio; está sujeta a posibilidades de
sustitución, a caer en obsolescencia y a otros eventos que afectan a los bienes
corrientes.
Toda la acumulación de
conocimientos tecnológicos se ha hecho, normalmente, a partir de modos de
conocimiento elemental, que se han ido combinando por un proceso racional en
forma cada vez más compleja.
INTERNACIONALIZACION DEL CONOCIMIENTO
Pese a que es necesario
compensar el costo de la producción del nuevo conocimiento científico y
tecnológico y retribuir el esfuerzo que ha demandado originarlo, resulta una
realidad concreta que el mundo en desarrollo requiere que ese conocimiento sea
libremente internacionalizado.
Esta exigencia contribuirá al
logro de la ansiada comunidad mundial, donde cada país debe asumir la mejor
disposición para su aporte al bienestar de los demás, preservando su autonomía
y capacidad de decisión.
La Industria
El sector industrial ha ido
creciendo en la Argentina hasta convertirse en parte importantísima de la
actividad económica, de ahí la necesidad de delinear, a grandes trazos, cuáles
serán las pautas que han de regir el comportamiento de ese sector dentro de la
comunidad que anhelamos.
Nos parece evidente que nadie
puede, razonablemente, dudar que la planificación es imprescindible, de ahí
que, una vez identificadas las necesidades auténticas de la sociedad, habrá que
cuantificarlas. Deberá, entonces, determinarse cuánto y qué producirá el
Estado; cuánto y qué el sector privado.
En lo que concierne a la
actividad industrial estatal, la planificación será estricta y la coordinación
de los esfuerzos máxima. Para el quehacer privado se establecerán marcos - con
la flexibilidad que las circunstancias sugieran - dentro de los cuales el
empresariado desenvolverá su capacidad creativa.
Si tanto el Estado como el
sector privado comprenden que su meta es la misma - el bienestar de toda la
comunidad- la determinación de los límites de acción no puede ser conflictiva.
Sin embargo, el Estado deberá
evitar que estos marcos que encuadran la actividad privada sean excesivamente
cambiantes o confusos,
pues esto sumiría al
empresariado en la incertidumbre, desalentaría las inversiones y fomentaría la
especulación.
El capital foráneo ocupará
también un lugar dentro del esquema industrial, aquel lugar que el país juzgue
conveniente para sus propios intereses. Hay que tener siempre presente que
aquella nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía. Habrá
que evitar, entonces, que esa participación extranjera -en forma visible o
embozada -llegue al punto de hacernos perder el poder de decidir.
Ya he afirmado, y volveré más adelante
sobre esto, que la tecnología es uno de los más fuertes factores de dependencia
en la actualidad. Resulta importante enfatizar que este hecho se agudiza en el
caso del sector industrial.
Si nuestra industria es ya
fuerte, en el Modelo la deseamos aún mucho más importante. Necesita, entonces,
una tecnología que cimente su desarrollo, pero esta necesidad no debe
instrumentar la acción de un poderoso factor de dependencia.
La alternativa surge clara:
tenemos que desarrollar en el país la tecnología que nutra permanentemente a
nuestra industria.
Estado y sector privado deben
volcar todos sus esfuerzos en ese sentido, cada uno en la medida de sus
posibilidades. El gasto en investigación y desarrollo debe ser tan grande como
jamás lo haya sido hasta ahora, pero tan bien programado como para soslayar
cualquier posibilidad de despilfarro. Deben aprenderse bien estos conceptos,
pues son absolutamente esenciales: sin tecnología nacional no habrá una
industria realmente argentina, y sin tal industria podrá existir crecimiento
pero nunca desarrollo.
La tarea que se propone no es
fácil. Hay que remendar la herencia de un esquema ferozmente competitivo, en el
que sólo primaban fines solitarios o simplemente grupales que dieron lugar a
una batalla entre intereses, de la cual generalmente salieron mal parados los
más débiles. El sector industrial privado es ahora convocado a colaborar, con
su quehacer específico, bajo una perspectiva totalmente distinta. El Estado
debe orientarlo en su acción, señalándole claramente cuál ha de ser el rol en
los programas de desarrollo y haciéndolo participar activamente en la
elaboración de la política económica. No deben quedar dudas de que cuando hablo
de sector privado industrial, me refiero tanto a empresarios como a trabajadores,
nucleados unos y otros en sus organizaciones naturales.
Si, como ya afirmé, el mercado
no constituirá la referencia fundamental en la determinación de las necesidades
auténticas de la comunidad, el sistema de precios no será -en algunos sectores-
el impulsar de las decisiones de inversión. El Estado tendrá entonces que
suplir este posible déficit., ya sea mediante su acción directa como inversor o
bien indirectamente a través de su política económica.
Al Estado le cabe también la
responsabilidad de relevar asiduamente el comportamiento del sector industrial
en su conjunto, en una acción fiscalizadora, tanto de control como de apoyo.
Por otra parte, es
imprescindible que el sector privado continúe fortaleciendo su mentalidad
exportadora, a lo que contribuirán seguramente el desarrollo de una tecnología
íntegramente nacional, acorde con los más altos niveles alcanzados mundialmente
y la eficacia en el manejo de la política internacional del gobierno.
Volveré sobre alguna de estas
cuestiones cuando me refiera al papel que en nuestra futura comunidad debe
desempeñar el empresario.
En síntesis, es menester dejar
sentado que los sectores público y privado han de concertar firmemente su
acción en los planes de desarrollo industrial que conjuntamente determinarán.
Cada uno de ellos actuará a través de sus organizaciones y ambos deben
reconocer ampliamente que uno de los factores de producción, el trabajo,
necesita participar en forma auténtica de los beneficios que tan esencialmente
concurre a gestar.
El Agro
El mundo actual observa, con
creciente preocupación, el paulatino agotamiento de los recursos naturales, al
punto de temer el desencadenamiento de una crisis en materia de productos
esenciales para la subsistencia de la humanidad.
Nuestro país, en tal sentido,
resulta un privilegiado de la naturaleza y una esperanza para la sociedad en la
etapa universalista, en razón de sus
potencialidades en materia de recursos naturales. De allí que la definición de
una política estable y definida para el agro constituya una responsabilidad
ineludible de las generaciones del presente para con las del futuro.
Esta política debe señalar con
precisión los objetivos a alcanzar en materia de colonización, infraestructura,
régimen de tenencia de la tierra, explotación, investigación, capacitación e
incentivos, para lograr a la vez una fuente continua de riqueza para el país y
un aporte vital para el mundo del futuro con criterio de solidaridad universal.
Ambos conceptos, fuente
sostenida de riqueza y solidaridad universal, implican necesariamente hacer un
uso racional de nuestras tierras aptas como así también realizar un esfuerzo
sostenido para agregar a éstas las hoy ociosas o deprimidas.
La colonización de nuestras
tierras adquiere, en razón de lo expuesto, una importancia tal vez superior a
la que se le asignara en épocas pasadas, pero simultáneamente, es amenazada por
mayores condicionamientos y dificultades.
El paulatino desplazamiento de
la población rural hacia los centros urbanos; las necesidades propias de la
vida moderna; la complejidad de los medios técnicos y niveles de inversión
requeridos para la explotación agrícola, son aspectos que condicionan el logro
de este objetivo.
No podrá pensarse en
colonizar, si previamente no creamos los medios que aseguren a los inmigrantes
que necesitaremos condiciones de vida propicias para su desplazamiento. Ello,
indudablemente, implica un esfuerzo económico de magnitud trascendente y una
planificación detallada con determinación de prioridades. En tal sentido será
preferible un plan con metas no excesivamente ambiciosas, escalonadas en el
tiempo y por zonas, pero basado en posibilidades reales de concreción, a otro
ambicioso que permanezca en el plano teórico o sea usado como mera herramienta
de propaganda ideológica o partidista.
Simultáneamente con la
creación de la infraestructura destinada a hacer digna la vida de la población
rural, será necesario considerar la requerida para posibilitar las explotación
de las tierras en condiciones de productividad creciente y de agilización de
las etapas de distribución, almacenaje y comercialización de los productos.
Entendemos que la tenencia de
la tierra implica la responsabilidad de no atentar contra la finalidad social
que debe satisfacer la explotación agraria. Dicha finalidad solo se cubrirá
cuando la tierra sea explotada en su totalidad y en relación con su aptitud
real y potencial, tomando el lucro como un estímulo y no como un fin en sí
mismo.
La tierra no es básicamente un
bien de renta sino un bien de trabajo. El trabajo todo lo dignifica.
La explotación de las tierras
implica considerar un dimensionamiento óptimo y una conservación adecuada del
suelo; ambos aspectos deben ser evaluados dentro de un contexto eminentemente
técnico, y con miras a lograr consenso y no enfrentamiento de grupos o
sectores.
La experiencia indica que
muchas discusiones, particularmente en lo que concierne a la subdivisión de las
tierras, se han orientado, o han sido fuertemente condicionadas, por razones
meramente ideológicas más que de beneficio para la sociedad en su conjunto.
La actividad productiva dentro
del sector primario no ha escapado a la influencia de la continua revolución
tecnológica que es un signo de nuestros tiempos. Más aún, puede observarse que
en los últimos años se hacen denodados esfuerzos para lograr nuevos
procedimientos que compensen la no reproductividad de la tierra con el
crecimiento sostenido de la población mundial.
La República Argentina, como
poseedora de un vasto territorio con aptitud especial para su explotación, no
puede, bajo ningún concepto, quedar rezagada tanto en el uso de tales nuevos
procedimientos como en el proceso de investigación.
La creación y estímulo para
lograr una conciencia en esta materia debe ser responsabilidad no sólo del
Estado, sino también de los sectores privados que participan en esta actividad.
Los actuales centros de
experimentación y de formación de mano de obra capacitada, necesitan contar con
el decido apoyo público y privado. Pero éstos, a su vez, deben basar sus planes
de acción sobre objetivos y metas concretas y acordes con las posibilidades del
país.
No resulta novedoso señalar la
natural resistencia de muchos trabajadores rurales a la implantación de nuevos
métodos, procedimientos y herramientas tendientes a proteger el suelo,
incrementar la productividad y cultivar nuevas especies. Sin embargo, pareciera
que los esfuerzos para lograr un cambio radical y definitivo resultan todavía
insuficientes.
Por tal motivo, el Estado en
particular y las organizaciones rurales en general, deberán coordinar sus
esfuerzos a fin de profundizar los cambios y hacer evidentes los beneficios que
los mismos traerán aparejados. Un hombre de campo con una mentalidad moderna y
de futuro es el factor insustituible del progreso del sector, más allá de toda
medida administrativa o de estímulo a la actividad.
Todo lo señalado hasta este
punto implica un esfuerzo económico-financiero que va más allá de las
posibilidades del sector y, por tal razón, el Estado debe ineludiblemente
acudir como apoyo real y estímulo, como así también, hacer un uso intenso de su
poder como fiscalizador, control y regulador.
En cuanto al apoyo, éste debe
materializarse a lo largo de todo el espectro de actividades que directa o
indirectamente hacen al quehacer agrario; desde la capacitación técnica, hasta
la creación de condiciones para la explotación; pasando por el apoyo financiero
para las distintas etapas de la producción y comercialización.
Sólo podremos exigir el
cumplimiento de un compromiso social si previamente facilitamos los medios
básicos para llevarlo a cabo.
El asesoramiento técnico, el
apoyo crediticio, la política fiscal y el desarrollo de cooperativas agrarias,
son instrumentos que deben usarse en forma intensa, particularmente para
aquellos que se encuentran en inferioridad de condiciones para producir.
El apoyo para lograr el
aprovechamiento de las zonas ociosas debe ser motivo de especial preferencia,
pero una vez satisfechas adecuadamente las necesidades de las zonas aptas.
En su función fiscalizadora,
de control y regulación, el Estado debe previamente definir con absoluta
claridad su participación, y una vez logrado el consenso general se deberá
proceder sin solución de continuidad.
Nuevamente aquí la política
fiscal cumple un decidido papel para obligar a la explotación racional de los
recursos, evitando capacidades ociosas. Producir cada día más, manteniendo la
fertilidad de las tierras, debe ser criterio rector.
La intervención directa en el
proceso de comercialización interna y externa, así como también en la fijación
de precios que aseguren un beneficio normal y una eliminación de la
incertidumbre del futuro, son también responsabilidades que el Estado no debe
bajo ningún concepto delegar y menos aún olvidar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)