EL HOMBRE ARGENTINO
He afirmado repetidamente que
el hombre es principio y fin de la comunidad organizada. Es por ello que
nuestro propósito de construir y consolidar una comunidad nacional no puede
eludir una básica y primaria definición: ¿qué debemos pedirle a nuestro hombre
argentino para realizar la inaplazable tarea que le espera? ¿sobre qué valores
y principios asentará su existencia en orden a realizarse como ciudadano en un
país grande y libre?
No tengo la inmodestia de
intentar perfilar un arquetipo eterno e inmutable de argentino; sólo quiero
aproximarme conmovido a algo de lo que todo hombre lleva permanente, como
huellas concretas de la mano de Dios.
Nuestra filosofía
justicialista ha insistido en los valores y principios permanentes como
fundamento espiritual insoslayable. En esa medida admite que el hombre
argentino debe encarnar caracteres que son comunes a todos los hombres que
mantengan inconmovible su dignidad.
Requiere del hombre de nuestra
tierra lo que debe integrar la esencia de cualquier hombre de bien:
autenticidad, creatividad y responsabilidad. Pero sólo una existencia
impregnada de espiritualidad en plena posesión de su conciencia moral puede
asumir estos principios, que son el fundamento único de la más alta libertad
humana, sin la cual el hombre pierde su condición de tal.
En un primer enfoque, podría
parecer que si ser plenamente argentino consiste en la asunción de los principios
universales mencionados, no hay diferencia entre lo que requiérese de nuestro
hombre y lo que debería requerirse de un ciudadano de cualquier latitud del
mundo. En tal sentido, el adjetivo “argentino” sería un rótulo prescindible. No
faltarán quienes elaboren este argumento; serán los mismos que han sostenido,
durante muchos años, que el argentino no existe como sujeto histórico autónomo,
que no es más que una suerte de prolongación, agónica y desconcertada, del
hombre europeo, o una híbrida fusión de múltiples fuentes.
Olvidarán lo mas importante:
el hombre no es un ser angélico y abstracto. En la constitución de su esencia
está implícita su situación, su conexión con una tierra determinada, su
inserción es un proceso histórico concreto. Ser argentino significa también
esto: saber, o al menos intuir, que ser lúcido y activo habitante de su
peculiar situación histórica, forma parte de la plena realización de su
existencia. Es decir, habitante de su hogar, de la Argentina, su patria.
Por lo tanto, lo que realmente
distingue al argentino del europeo o del africano es su radical correspondencia
con una determinada situación geopolítica, su íntimo compromiso moral con el
destino de la tierra que lo alberga, y su ineludible referencia a una historia
específica que perfila lentamente la identidad del pueblo.
Su pertenencia a esta historia
y no a otra, su habitar en esta situación y no en otra, su apertura a un
destino irreductiblemente propio, basta para que aquellos principios esenciales
que todo hombre atesora se concreten de una manera única e irrepetible
configurando la esencia del hombre argentino y conquistando para él un tiempo
singular y definitivo en la historia del mundo.
Si en esto consiste la esencia
de nuestro hombre, mi humilde pedido se reduce a solicitar a cada argentino que
actualice en profundidad su adherencia a esta tierra, que recuerde que sobre su
compromiso y su autenticidad brotarán las semillas de una Patria Justa, Libre y
Soberana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario