En la actualidad, atmósfera,
suelo y agua han sufrido graves efectos degradantes transmisibles tanto al
hombre como a la fauna y a la flora, mediante reacciones directas o indirectas.
Las expresiones de la
degradación son múltiples y la corrección tiene que efectuarse a través de cada
uno de los factores de degradación.
Lo esencial es que el hombre
mismo sea el primer defensor del medio ambiente y que el Estado establezca los
medios adecuados que logren una solución a los problemas que se presenten.
Considero conveniente señalar
algunas premisas que es menester tener en cuenta para detener la marcha hacia
un proceso que puede constituir el desastre de la humanidad.
Son necesarias y urgentes: una
revolución mental en los hombres, especialmente en los dirigentes de los países
altamente industrializados; una modificación de las estructuras sociales y
productivas en todo el mundo, en particular en los países de alta tecnología
donde rige la economía de mercado; y el surgimiento de una convivencia
biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la
naturaleza.
Esta revolución mental implica
comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el
mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general; que la tecnología es un
arma de doble filo; que el llamado progreso debe tener un limite y que incluso
habrá que renunciar a algunas de las comodidades que nos ha brindado la
civilización; que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible; que los
recursos naturales resultan agotables y, por lo tanto, deben ser cuidados y
racionalmente utilizados por el hombre; que el crecimiento debe ser planificado
sin preconceptos de ninguna naturaleza; que por el momento, más importante que
planificar el crecimiento de la población del mundo, es aumentar la producción
y mejorar la distribución de alimentos y la difusión de servicios sociales como
la educación y la salud pública; y que la educación y el sano esparcimiento
deberán reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos juegan en la
vida del hombre.
Cada nación tiene el derecho
al uso soberano de sus recursos naturales. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno
tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el cuidado y la utilización
racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber
hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.
La modificación de las
estructuras sociales y productivas en el mundo implica que el lucro y el
despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad alguna, y que
la justicia social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para
beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos
y bienes necesarios; consecuentemente, las prioridades de producción de bienes
y servicios deben ser alteradas en mayor o menor grado según el país de que se
trate.
En otras palabras, necesitamos
nuevos modelos de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico,
que al mismo tiempo den prioridad a la satisfacción de las necesidades
esenciales del ser humano, racionen el consumo de recursos naturales y
disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental.
Necesitamos un hombre mentalmente
nuevo en un mundo físicamente nuevo. No se puede construir una nueva sociedad
basada en el pleno desarrollo de la personalidad humana en un mundo viciado por
la contaminación del ambiente, exhausto por el hambre y la sed y enloquecido
por el ruido y el hacinamiento. Debemos transformar a las ciudades cárceles del
presente en las ciudades jardines del futuro.
El crecimiento de la
población, debe ser planificado, en lo posible de inmediato, pero a través de
métodos que no perjudiquen a la salud humana, según las condiciones
particulares de cada país y en el marco de políticas económico-sociales
globalmente nacionales.
La lucha contra la
contaminación del ambiente y la biosfera, el despilfarro de los recursos
naturales, el ruido y el hacinamiento de las ciudades y el crecimiento
explosivo de la población del planeta deben iniciarse ya a nivel municipal,
nacional e internacional. Estos problemas, en el orden internacional, deben
pasar a la agenda de las negociaciones entre las grandes potencias y a la vida
permanente de las Naciones Unidas con carácter de primera prioridad. Esto, en
su conjunto, no es un problema más de la humanidad: es “el problema”.
Todos estos problemas están
ligados de manera indisoluble con el de la justicia social, el de la soberanía
política y la independencia económica del Tercer Mundo y la distensión y la
cooperación internacionales.
Muchos de estos problemas
deberán ser encarados por encima de las diferencias ideológicas que separan a
los individuos dentro de sus sociedades o a los Estados dentro de la comunidad
internacional.
Lo expresado señala la
conveniencia de establecer un adecuado registro de factores de contaminación
que determine, para cada uno de ellos, los medios de contaminación a través de
los cuales operan estos factores, el potencial de degradación, la capacidad del
medio ambiente para absorber a los factores sin degradarse y todo otro aspecto
que resulte de interés a los fines indicados.
El gobierno debe adoptar las
máximas previsiones para preservar el ambiente ecológico hasta aquellos niveles
que se consideren no perjudiciales para la vida humana. Debe, a su vez,
disponer de un adecuado ente para el tratamiento de todos los aspectos inherentes
al ámbito ecológico, tanto lo que concierne a la preservación de la vida como
la determinación de las fuentes de recursos naturales.
Finalmente deseo hacer algunas
consideraciones para nuestros países del Tercer Mundo:
Debemos cuidar nuestros recursos
naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales
que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo
en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado. Ya no
puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del
Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por
eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del
Tercer Mundo, equivale a kilos de alimentos que dejarán de producirse mañana.
De nada vale que evitemos el
éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados a métodos de
desarrollo preconizados por esos mismos monopolios que significan la negación
de un uso racional de los mismos.
En defensa de sus intereses,
los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción
solidaria.
No debe olvidarse que el
problema básico de la mayor parte de los países del Tercer Mundo es la ausencia
de una auténtica justicia social y de participación popular en la conducción de
los asuntos políticos; sin justicia social el Tercer Mundo no estará en
condiciones de enfrentar las angustias ante las difíciles décadas que se
avecindan.
La humanidad debe ponerse en
pie de guerra en defensa de sí misma. En esta tarea gigantesca nadie puede
quedarse con los brazos cruzados. Por eso nuestro país, que aún tiene la enorme
posibilidad de salvar su integridad ambiental, debe iniciar cuanto antes su
campaña en el orden interno y, al mismo tiempo, unirse a todos los pueblos y
gobiernos del mundo en una acción solidaria que permita solucionar este
gravísimo problema.
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