La trascendencia del Estado en
la actividad económica depende de su grado de ingerencia en este campo, así
como de la modalidad y calidad de su participación.
En la función empresarial el
Estado tendrá un papel protagónico o complementario de la acción privada, según
la circunstancias presentes o futuras así lo aconsejen. Debe destacarse como un
deber ineludible la idoneidad con que el Estado asuma dicho rol, materializado
a través de su gestión empresarial.
La empresa del Estado no es un
vehículo para alimentar una desocupación disfrazada o para transformarse en
fuente de trabajo o de ingresos de quienes circunstancialmente ejercen el
manejo de la cosa pública. Es el camino para satisfacer básicas necesidades de
la comunidad.
La experiencia indica que
nadie critica a una empresa por el solo hecho de ser del Estado, sino por el
resultado de su gestión. Nadie reaccionará contra el control y supervisión que
el Estado realiza sobre el quehacer económico, si éste es llevado a cabo no
sólo con honestidad sino también con idoneidad, y si tanto el Estado como el
sector privado se hallan plenamente identificados con un Proyecto Nacional, un
fin superior en el que no caben mezquindades ni turbios manejos especulatorios.
De lo expresado surge como de
imperiosa necesidad el intensificar el proceso de formación y perfeccionamiento
del funcionario público.
La función pública debe ser
ejercida con idoneidad técnica y capacidad de decisión. Pero estas cualidades,
necesariamente, tienen que sustentarse a en la adhesión plena por parte del
funcionario a la idea de que él es parte integrante de una comunidad que busca
perfilar un Proyecto Nacional, ante cuyos fines superiores quedan relegados los
objetivos meramente individuales o sectoriales.
EL ROL DEL CAPITAL EXTRANJERO
Argentina ha sido siempre un
país abierto a la participación externa; también lo será en el futuro, pero es
imprescindible disciplinar dicha participación determinando áreas de su
injerencia y el rol que debe cumplir en nuestra vida social, política y
económica.
Ningún país es realmente libre
si no ejerce plenamente el poder de decisión sobre la explotación, uso y
comercialización de sus recursos y sobre el empleo de sus factores productivos.
Por ello es necesario determinar las reglas del juego que habrán de regir la
participación del capital extranjero y, una vez establecidas, asegurar su
estabilidad y fundamentalmente hacerlas cumplir.
El progreso económico
dependerá exclusivamente de nuestro propio esfuerzo; de allí que el capital
extranjero deba tomarse como un complemento y no como factor determinante e
irremplazable del desarrollo.
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