El desarrollo de la ciencia y
la tecnología argentina ha sido hasta ahora fecundo, pero insuficiente.
Fecundo, por el efectivo nivel
de acumulación de conocimientos científicos y tecnológicos alcanzado,
principalmente impulsado por cuatro factores:
- El crecimiento de las universidades.
- La incorporación de tecnología proveniente del exterior.
- La investigación nacional aplicada particularmente al sector agropecuario, y
- El avance de la investigación de postgrado.
Insuficiente, porque los
elementos disponibles para el avance científico y tecnológico están escasamente
aprovechados y porque no se han creado las condiciones básicas para que exista
una consagración plena del hombre a la investigación científica y tecnológica.
Insuficiente, también, porque
el país aún no ha organizado convenientemente vinculaciones estables y
verdaderamente productivas entre el sistema científico-tecnológico, el
gobierno, el sistema de producción física y el sistema financiero.
Ello ha contribuido a
dispersar la investigación, a no permitir una demanda de ciencia y tecnología
estable y creciente y a incrementar el conocido drenaje de inteligencia.
La incorporación de tecnología
atada al capital extranjero, particularmente para el sector industrial, creó
compromisos tecnológicos onerosos en divisas.
No obstante ello, la
acumulación de conocimientos tecnológicos ha sido efectiva y acelerada por la
misma naturaleza de la producción industrial.
El costo de la tecnología que
venimos empleando es muy alto, principalmente porque el ingreso del
conocimiento tecnológico no ha sido programado ni administrado con sentido
nacional, preservando los intereses del país.
Prueba de ello es el ingreso
de tecnología extranjera en terrenos en los que se mantienen ociosos recursos
materiales nacionales capaces de producir la misma tecnología que se importa.
Es natural que empresas de
capital extranjero estén ubicadas especialmente en actividades más densas en
tecnología foránea.
Por otra parte, la selección
de técnicos no ha sido siempre afortunada. En numerosas oportunidades se han
importado técnicas obsoletas poco adaptadas a las condiciones locales. Por
añadidura, en muchos casos hubo restricciones tales como la prohibición de
exportar artículos producidos con tecnología importada y el establecimiento de
determinados controles, realmente inaceptables.
Ahora se trata de aprovechar
la experiencia pasada y corregir desvíos cuyos efectos resultan sumamente costosos.
Sin embargo, se ha hecho
efectivo un fuerte aporte nacional a la tecnología autóctona, particularmente
en los sectores agropecuario e industrial.
Estamos valorando muy alto
nuestra capacidad para originar una tecnología propia; sólo debemos ponerla en
movimiento, conectándola con la producción concreta, con las decisiones de
gobierno y con los apoyos financieros.
La comunidad científica
argentina es todavía reducida con relación al ingreso por habitante que el país
posee. La mitad del personal de investigación trabaja en ello sólo parte de su
tiempo útil. La mayoría de los institutos son pequeños y no llegan a una
capacidad de investigación tal que permita un verdadero trabajo
interdisciplinario.
Hay miles de proyectos en
ejecución al mismo tiempo, lo cual, por un lado, hace que cada proyecto tarde
demasiado en fructificar y, por el otro, dificulta la materialización de nuevos
proyectos por falta de continuidad en los recursos.
Los institutos están
prácticamente concentrados en el área metropolitana y pampeana. Además, la
remuneración de los investigadores es tan limitada que sólo una vocación
acendrada puede retener el talento en esta actividad.
Me parece claro que no existe
hasta el presente una política científica y tecnológica centralmente diseñada y
de fácil realización. Tampoco se posee una base institucional suficientemente
coherente como para lograr una necesaria centralización de conducción y
descentralización de operación.
Las mentalidades científicas y
técnicas especializadas fueron emigrando sin que el país encontrara un
mecanismo que preserve su conexión con los intereses nacionales.
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