El sector industrial ha ido
creciendo en la Argentina hasta convertirse en parte importantísima de la
actividad económica, de ahí la necesidad de delinear, a grandes trazos, cuáles
serán las pautas que han de regir el comportamiento de ese sector dentro de la
comunidad que anhelamos.
Nos parece evidente que nadie
puede, razonablemente, dudar que la planificación es imprescindible, de ahí
que, una vez identificadas las necesidades auténticas de la sociedad, habrá que
cuantificarlas. Deberá, entonces, determinarse cuánto y qué producirá el
Estado; cuánto y qué el sector privado.
En lo que concierne a la
actividad industrial estatal, la planificación será estricta y la coordinación
de los esfuerzos máxima. Para el quehacer privado se establecerán marcos - con
la flexibilidad que las circunstancias sugieran - dentro de los cuales el
empresariado desenvolverá su capacidad creativa.
Si tanto el Estado como el
sector privado comprenden que su meta es la misma - el bienestar de toda la
comunidad- la determinación de los límites de acción no puede ser conflictiva.
Sin embargo, el Estado deberá
evitar que estos marcos que encuadran la actividad privada sean excesivamente
cambiantes o confusos,
pues esto sumiría al
empresariado en la incertidumbre, desalentaría las inversiones y fomentaría la
especulación.
El capital foráneo ocupará
también un lugar dentro del esquema industrial, aquel lugar que el país juzgue
conveniente para sus propios intereses. Hay que tener siempre presente que
aquella nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía. Habrá
que evitar, entonces, que esa participación extranjera -en forma visible o
embozada -llegue al punto de hacernos perder el poder de decidir.
Ya he afirmado, y volveré más adelante
sobre esto, que la tecnología es uno de los más fuertes factores de dependencia
en la actualidad. Resulta importante enfatizar que este hecho se agudiza en el
caso del sector industrial.
Si nuestra industria es ya
fuerte, en el Modelo la deseamos aún mucho más importante. Necesita, entonces,
una tecnología que cimente su desarrollo, pero esta necesidad no debe
instrumentar la acción de un poderoso factor de dependencia.
La alternativa surge clara:
tenemos que desarrollar en el país la tecnología que nutra permanentemente a
nuestra industria.
Estado y sector privado deben
volcar todos sus esfuerzos en ese sentido, cada uno en la medida de sus
posibilidades. El gasto en investigación y desarrollo debe ser tan grande como
jamás lo haya sido hasta ahora, pero tan bien programado como para soslayar
cualquier posibilidad de despilfarro. Deben aprenderse bien estos conceptos,
pues son absolutamente esenciales: sin tecnología nacional no habrá una
industria realmente argentina, y sin tal industria podrá existir crecimiento
pero nunca desarrollo.
La tarea que se propone no es
fácil. Hay que remendar la herencia de un esquema ferozmente competitivo, en el
que sólo primaban fines solitarios o simplemente grupales que dieron lugar a
una batalla entre intereses, de la cual generalmente salieron mal parados los
más débiles. El sector industrial privado es ahora convocado a colaborar, con
su quehacer específico, bajo una perspectiva totalmente distinta. El Estado
debe orientarlo en su acción, señalándole claramente cuál ha de ser el rol en
los programas de desarrollo y haciéndolo participar activamente en la
elaboración de la política económica. No deben quedar dudas de que cuando hablo
de sector privado industrial, me refiero tanto a empresarios como a trabajadores,
nucleados unos y otros en sus organizaciones naturales.
Si, como ya afirmé, el mercado
no constituirá la referencia fundamental en la determinación de las necesidades
auténticas de la comunidad, el sistema de precios no será -en algunos sectores-
el impulsar de las decisiones de inversión. El Estado tendrá entonces que
suplir este posible déficit., ya sea mediante su acción directa como inversor o
bien indirectamente a través de su política económica.
Al Estado le cabe también la
responsabilidad de relevar asiduamente el comportamiento del sector industrial
en su conjunto, en una acción fiscalizadora, tanto de control como de apoyo.
Por otra parte, es
imprescindible que el sector privado continúe fortaleciendo su mentalidad
exportadora, a lo que contribuirán seguramente el desarrollo de una tecnología
íntegramente nacional, acorde con los más altos niveles alcanzados mundialmente
y la eficacia en el manejo de la política internacional del gobierno.
Volveré sobre alguna de estas
cuestiones cuando me refiera al papel que en nuestra futura comunidad debe
desempeñar el empresario.
En síntesis, es menester dejar
sentado que los sectores público y privado han de concertar firmemente su
acción en los planes de desarrollo industrial que conjuntamente determinarán.
Cada uno de ellos actuará a través de sus organizaciones y ambos deben
reconocer ampliamente que uno de los factores de producción, el trabajo,
necesita participar en forma auténtica de los beneficios que tan esencialmente
concurre a gestar.
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