domingo, 11 de marzo de 2012

La Industria


El sector industrial ha ido creciendo en la Argentina hasta convertirse en parte importantísima de la actividad económica, de ahí la necesidad de delinear, a grandes trazos, cuáles serán las pautas que han de regir el comportamiento de ese sector dentro de la comunidad que anhelamos.
Nos parece evidente que nadie puede, razonablemente, dudar que la planificación es imprescindible, de ahí que, una vez identificadas las necesidades auténticas de la sociedad, habrá que cuantificarlas. Deberá, entonces, determinarse cuánto y qué producirá el Estado; cuánto y qué el sector privado.
En lo que concierne a la actividad industrial estatal, la planificación será estricta y la coordinación de los esfuerzos máxima. Para el quehacer privado se establecerán marcos - con la flexibilidad que las circunstancias sugieran - dentro de los cuales el empresariado desenvolverá su capacidad creativa.
Si tanto el Estado como el sector privado comprenden que su meta es la misma - el bienestar de toda la comunidad- la determinación de los límites de acción no puede ser conflictiva.
Sin embargo, el Estado deberá evitar que estos marcos que encuadran la actividad privada sean excesivamente cambiantes o confusos,
pues esto sumiría al empresariado en la incertidumbre, desalentaría las inversiones y fomentaría la especulación.
El capital foráneo ocupará también un lugar dentro del esquema industrial, aquel lugar que el país juzgue conveniente para sus propios intereses. Hay que tener siempre presente que aquella nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía. Habrá que evitar, entonces, que esa participación extranjera -en forma visible o embozada -llegue al punto de hacernos perder el poder de decidir.
Ya he afirmado, y volveré más adelante sobre esto, que la tecnología es uno de los más fuertes factores de dependencia en la actualidad. Resulta importante enfatizar que este hecho se agudiza en el caso del sector industrial.
Si nuestra industria es ya fuerte, en el Modelo la deseamos aún mucho más importante. Necesita, entonces, una tecnología que cimente su desarrollo, pero esta necesidad no debe instrumentar la acción de un poderoso factor de dependencia.
La alternativa surge clara: tenemos que desarrollar en el país la tecnología que nutra permanentemente a nuestra industria.
Estado y sector privado deben volcar todos sus esfuerzos en ese sentido, cada uno en la medida de sus posibilidades. El gasto en investigación y desarrollo debe ser tan grande como jamás lo haya sido hasta ahora, pero tan bien programado como para soslayar cualquier posibilidad de despilfarro. Deben aprenderse bien estos conceptos, pues son absolutamente esenciales: sin tecnología nacional no habrá una industria realmente argentina, y sin tal industria podrá existir crecimiento pero nunca desarrollo.
La tarea que se propone no es fácil. Hay que remendar la herencia de un esquema ferozmente competitivo, en el que sólo primaban fines solitarios o simplemente grupales que dieron lugar a una batalla entre intereses, de la cual generalmente salieron mal parados los más débiles. El sector industrial privado es ahora convocado a colaborar, con su quehacer específico, bajo una perspectiva totalmente distinta. El Estado debe orientarlo en su acción, señalándole claramente cuál ha de ser el rol en los programas de desarrollo y haciéndolo participar activamente en la elaboración de la política económica. No deben quedar dudas de que cuando hablo de sector privado industrial, me refiero tanto a empresarios como a trabajadores, nucleados unos y otros en sus organizaciones naturales.
Si, como ya afirmé, el mercado no constituirá la referencia fundamental en la determinación de las necesidades auténticas de la comunidad, el sistema de precios no será -en algunos sectores- el impulsar de las decisiones de inversión. El Estado tendrá entonces que suplir este posible déficit., ya sea mediante su acción directa como inversor o bien indirectamente a través de su política económica.
Al Estado le cabe también la responsabilidad de relevar asiduamente el comportamiento del sector industrial en su conjunto, en una acción fiscalizadora, tanto de control como de apoyo.
Por otra parte, es imprescindible que el sector privado continúe fortaleciendo su mentalidad exportadora, a lo que contribuirán seguramente el desarrollo de una tecnología íntegramente nacional, acorde con los más altos niveles alcanzados mundialmente y la eficacia en el manejo de la política internacional del gobierno.
Volveré sobre alguna de estas cuestiones cuando me refiera al papel que en nuestra futura comunidad debe desempeñar el empresario.
En síntesis, es menester dejar sentado que los sectores público y privado han de concertar firmemente su acción en los planes de desarrollo industrial que conjuntamente determinarán. Cada uno de ellos actuará a través de sus organizaciones y ambos deben reconocer ampliamente que uno de los factores de producción, el trabajo, necesita participar en forma auténtica de los beneficios que tan esencialmente concurre a gestar.  

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