ARGENTINA EN LA COMUNIDAD MUNDIAL
He expuesto nuestro Modelo
Argentino en términos de transformación de la comunidad nacional, deseando
profundamente que sirva a nuestra Patria como nación autónoma y plena.
Pero la Argentina opera dentro
de la sociedad mundial y esto no es incompatible con su independencia esencial.
Veo con claridad que la sociedad mundial se orienta hacia un universalismo que,
en un futuro relativamente cercano, nos puede conducir hacia formas integradas
en el orden político tanto como en el económico y social.
Estamos en la aurora de un
nuevo renacimiento, pero seríamos muy ingenuos si confiáramos en que tal
renacimiento resultará un producto espontáneo de la historia del mundo. Como
participamos de una etapa en la cual las determinaciones políticas básicas se
dan en el nivel de los pueblos organizados en Estados, la unión que conduzca al
universalismo sólo puede provenir de los pueblos mismos antes que de decisiones
arbitrarias. La experiencia histórica así lo enseña.
Los grandes problemas
mundiales que se vislumbran en función de un panorama histórico general, pueden
agruparse de la siguiente manera:
a) La sobre población en
relación con las disponibilidades de recursos dominantes, especialmente
alimentos.
b) El agotamiento de recursos
naturales no reproducibles.
c) La preservación del ámbito
ecológico.
Tales problemas pueden tener
solución adecuada si se comprende que el universalismo no puede reducirse al
ámbito de la concepción teórica, sino que debe hacerse efectivo a través de un
proceso integral que comprometa a toda la humanidad.
Creo que esta línea de
pensamiento se instala en la Carta Pastoral Gadium et Spes cuando afirma que
“el género humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas
creadas, sino que le corresponde además establecer un orden político, económico
y social que esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a su grupo
afirmar y cultivar su propia dignidad”.
El itinerario está trazado;
debemos prepararnos para recorrerlo. Una difícil y sutil tarea es ésta para los
hombres del futuro: lograr una integración que no consista en una nueva
manifestación enmascarada de imperialismo; compatibilizar el universalismo con
la indispensable preservación de la identidad de los pueblos.
Así como sostuve que una
auténtica comunidad organizada no puede realizarse si no se realiza plenamente
cada uno de sus ciudadanos, pienso que es imposible concebir una integración
mundial armónica sobre la base de una nivelación indiscriminada que
despersonalice a los pueblos y enajene su verdad histórica.
Para nosotros, los argentinos,
esta ardua labor nos exige robustecer desde ya una profunda cultura nacional,
como único camino para consolidar el ser nacional y para preservar su unidad en
las etapas que se avecinan.
La liberación en todos los
terrenos es insoslayable requisito para ingresar en el proceso universalista.
Resulta así que para
constituir al mundo como un ente armónicamente integrado es necesario liberarse
de dominadores particulares. Paralelamente deben considerarse dos etapas esenciales
a las que me he referido en numerosas oportunidades: la del continentalismo y
la del Tercer Mundo.
La etapa del continentalismo
configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente
sobre la base de la vecindad geográfica, sin pequeños imperialismos locales.
Esta es la concepción general con respecto a los continentes, y específicamente
la concepción de Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa y,
sobre todas las cosas, sincera.
Debemos actuar unidos para estructurar
a Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada, y es preciso
contribuir al proceso con toda la visión, perseverancia y tesón que haga falta.
Tenemos que asumir el
principio básico de que “Latinoamérica es de los latinoamericanos”.
Quiero refirmar con énfasis
que nuestra proposición no es agresiva: simplemente recoge la enseñanza de la
historia y la proyecta hacia el futuro, incorporando la constructiva
cooperación estrecha con todos los países.
Para cumplir plenamente con el
programa universalista, debemos tener total independencia de decisiones, y ello
requiere una Latinoamérica con individualidad propia.
Como latinoamericanos,
atesoramos una historia tras de nosotros: el futuro no nos perdonaría haberla
traicionado.
No cabe duda que el Tercer
Mundo debería conformarse como una extensa y generosa comunidad organizada. El
Modelo Argentino incorpora y sintetiza nuestra “Tercera Posición”, pero no
puede dejar de reconocer que “Tercer Mundo” y “ Tercera Posición” no significan
lo mismo.
La Tercera Posición es una
concepción filosófica y política. No todos los países que integran el “Tercer
Mundo” participan necesariamente de ella. Es prudente admitir, en consecuencia,
que la fortaleza del Tercer Mundo ha de residir precisamente en la sólida
configuración de un movimiento que respete la pluralidad ideológica, siempre
que conserve el denominador común de la liberación.
Por otra parte, existen como
factores aglutinantes la comunidad de propósitos, la vocación mundial auténtica
y el hecho de que nuestros países alberguen grandes reservas de recursos
naturales no reproducibles.
No se trata de promover una
suerte de revancha histórica. Sólo de usar positiva y creativamente las
reservas que la historia ha puesto en los países del Tercer Mundo, como
condición básica de la sociedad mundial universalista que nosotros queremos.
La configuración del Tercer
Mundo no ha de realizarse por generación espontánea. Por el contrario, debe
surgir de un proceso deliberado y consciente y, por lo tanto, programado. Su
realización requiere toda la eficiencia necesaria para que la comunidad del
Tercer Mundo quede al abrigo de oposiciones disolventes tanto internas como
externas.
La experiencia nos indica que
un Tercer Mundo vinculado sólo a través de lo sociopolítico será
inevitablemente débil en su conformación, mientras que, si actúa en profundidad
con vínculos económicos bien definidos, habrá de gestar su propia importancia
económica.
Desde el punto de vista
político, se trata de lograr un nivel aceptable de coincidencias entre todos
los países que se hallan fuera de la franja industrial del hemisferio norte,
con las inevitables excepciones. Estoy pensando en América Latina, Africa,
Medio Oriente y Asia, sin distinciones ideológicas.
Los intereses de aproximación
internacional han surgido generalmente a partir de problemas concretos y sin una
previa visión universalista. En este sentido, no respondieron a las auténticas
necesidades de los pueblos, sino a los intereses particulares de los grandes
grupos de poder. Es preciso ahora revertir el proceso, elaborando a la luz de
la voluntad de los pueblos los procesos que habrán de contribuir a la futura
comunidad mundial.
El hombre es el único ser de
la Creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. El
animal construye una guarida transitoria, pero aquél instaura una morada en la
tierra: eso es la Patria.
Es mi deseo que nadie
bastardee la palabra “Patria”, convirtiéndola en un rótulo vacío Nuestros
heroicos próceres no necesitaron desgastarla para comprender que alude a esa
profunda mística que, recíprocamente, habita en el corazón de cada uno de los
hombres.
El universalismo constituye un
horizonte que ya se vislumbra, y no hay contradicción alguna en afirmar que la
posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente, descansa en la exigencia de ser
más argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en
indefinido habitante de un universo ajeno.
En esta etapa de mi vida,
quiero como nunca para mis conciudadanos justicia y paz, convoco con emoción a
todos los argentinos a hundir hondas raíces en su tierra grande y generosa,
como único camino esencial para florecer en el mundo.
JUAN DOMINGO PERON
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