domingo, 11 de marzo de 2012

En el Ambito Institucional

Las instituciones que aquí analizo son las jurídicas, es decir, las creadas por el Derecho.
El método de creación de las instituciones jurídicas debe comenzar por establecer funciones. Para esto es necesario definir, en cada caso, cómo se cumplirán dichas funciones y cuáles serán las responsabilidades concretas a fijar. De esta forma, es posible caracterizar el marco jurídico en el cual tienen que funcionar.  
Pero este marco jurídico debe incluir no sólo la creación y función de los entes respectivos, sino también las relaciones entre los distintos entes y la naturaleza, características y formas de uso de los medios a utilizar.  
Lamentablemente, no siempre se ha trabajado con tal forma de programación institucional. En su lugar, hemos encontrado numerosos ejemplos en sentido contrario. Es decir, que se dictó la ley primero, se crearon luego los entes, se les asignaron funciones y después, en la práctica, se verificó si las funciones asignadas estaban totalmente ajustadas a lo que se quería.
Este defecto metodológico tiene menor importancia en el Estado liberal, que confía principalmente en la acción privada.
Por eso, la forma juridicista de crear instituciones empezando por la ley, no es tan peligrosa para los designios de los conductores de ese Estado.
En cambio, para nuestro país el problema es diferente. Necesitamos más gobierno y más eficiencia en el mismo, puesto que lo concebimos como un verdadero proveedor de servicios a la comunidad. Para ello tiene que programar funcionando, como un sistema de vasos comunicantes. En él debe eliminarse el despilfarro de recursos, porque cada recurso desperdiciado representa un servicio menos que se le presta al ciudadano y al país.
Por lo tanto, no podemos copiar el método juridicista que ha sido útil para el Estado liberal.
El Estado liberal, mientras no tuvo necesidad de elevar al máximo la eficiencia del gobierno, pudo permitirse actuar con muchas instituciones formalmente establecidas y una burocracia adecuada a sus estatutos jurídicos, pero sus servicios al país no guardaron relación con las verdaderas necesidades sociales.
También se ha visto una interesante evolución el problema institucional.
En la época liberal, la intervención estatal ha sido naturalmente escasa, porque ello respondía a su propia filosofía. Cuando el justicialismo empezó a servir al país, nuestra concepción exigió un incremento de la intervención estatal. Junto a esto pusimos el peso que otorgaba la ley a la autoridad del Poder Ejecutivo. Este procedimiento fue criticado como “autoritarista”.
Fue necesario adoptar dicha actitud, porque teníamos que forzarnos en la obtención de un justo medio que nos alejara de extremos indeseables.
Luego, cuando se produjo la reacción liberal, el nivel de intervención estatal era elevado, precisamente por la naturaleza misma de los problemas que el Estado Argentino tenía que afrontar.
Como el gobierno liberal que nos sucedió no supo ver las razones de ese crecimiento, se encargó de destruir la administración pública y realizó su labor golpeando muy especialmente sobre el servidor público, ahora tenemos que reconstruir una administración pública adaptada a nuestras necesidades. Para ello, debemos hacer un serio esfuerzo para jerarquizar el funcionario público, restituyéndole la dignidad que el país le había reconocido.
Por supuesto no necesitamos saturarnos de funcionarios . Debemos tener sólo los que nos hagan falta, pero con el máximo nivel de capacidad y responsabilidad que corresponda a cada cargo.
Mi experiencia anterior me ha enseñado que la conducción gubernamental necesita de una administración pública vigorosa y creativa. De lo contrario, la labor de conducción no llega al ciudadano, por bien inspirada que esté.
Por otra parte, constituir las instituciones primero y conferirles funciones después ha dado lugar al nacimiento de burocracias que, sin objetivos claros, concluyen siendo un fin en sí mismas y sirviendo sólo a su autoconservación.
Tales burocracias sirven exclusivamente para proponer lo que es visible para el gobierno de turno. Debemos procurar, precisamente, lo contrario: ajustar las estructuras de poder a lo que el país necesita.
Si no procedemos con esa mentalidad, será imposible introducir cambios de fondo, porque la eficiencia de la administración pública resulta limitada por las propias restricciones institucionales y porque esas burocracias han aprendido que duran más los que menos deciden. 

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