El mundo del futuro se está
orientando hacia nuevas formas donde ya no tendrá sentido analizar los
problemas como exclusivamente nacionales. Será preciso condicionarlos a la
evolución general de la humanidad, en la que el progreso de la ciencia y la
tecnología por una parte, y la expansión demográfica por la otra, influirán
decisivamente sobre los sistemas socio-económicos. Por lo tanto las soluciones
de los diversos problemas en el nivel nacional, no podrán ser logradas
plenamente, si buscan su concreción exclusivamente dentro del país, como si
éste fuera un compartimiento estanco.
Toda labor económica se hace
efectiva persiguiendo metas determinadas y considerando las restricciones
propias de las circunstancias. En tal sentido el futuro exigirá perseguir metas
mundiales en función de posibilidades también mundiales. Por consiguiente, en
la medida que la Argentina oriente su accionar económico en tal dirección, será
mayor su trascendencia en el orden internacional.
El desarrollo no debe quedar
en manos de unos pocos, o de grupos poderosos, como tampoco debe responder a la
concepción de una sola comunidad política o de las naciones más fuertes. Por el
contrario, todos los sectores dentro de cada país y el conjunto de las naciones
en el orden internacional deben participar en dicha tarea.
Esto no constituye una utopía,
pero tampoco es tarea fácil de lograr, particularmente en un mundo
convulsionado política e ideológicamente, donde el interés privado prevalece
sobre el interés social.
Es necesario avanzar
gradualmente, por etapas, evitando las formas violentas de cambio que sólo
significan tremendos costos sociales para cualquier comunidad organizada. Los
acuerdos en el nivel nacional y las integraciones regionales son el primer paso
trascendente para alcanzar la meta propuesta y para ello el país debe
estructurarse como un verdadero sistema. En él debe disponerse de un medio que
oriente las realizaciones como entiendo debe ser el Proyecto Nacional.
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