Existe una cabal coincidencia
entre nuestra concepción del hombre y del mundo, nuestra interpretación de la
justicia social y los principios esenciales de la Iglesia.
Ya en otra oportunidad busqué ofrecer
una visión espiritual y trascendente del hombre, y puesto peculiar en la
historia y la realidad.
Un hombre hecho a imagen y
semejanza de Dios, realizando su existencia como sujeto histórico que desempeña
en el mundo una misión espiritual única entre los seres de la Creación. Tal
hombre realizado en la comunidad está lejos de concretar fines egoístas o
burdamente materiales pues como ya lo sabían los griegos, no hay equilibrio
posible en una comunidad en la que el alma de sus hombres ha perdido una armonía
espiritual.
En este sentido, no sólo los
principios filosóficos guardan plena coherencia: la Iglesia y el Justicialismo
instauran una misma ética, fundamento de una moral común, y una idéntica
prédica por la paz y el amor entre los hombres.
No vacilo en afirmar que toda
configuración sociopolítica tanto nacional como mundial supone, además de una
clara exigencia nacional, una sólida fe superior, que impregne de sentido
trascendente los logros humanos.
Si en las realizaciones
históricas dependemos de nuestra propia creatividad y de nuestro propio
esfuerzo, el sentido último de toda la obra estará cimentado siempre sobre los
valores permanentes.
No pretendo evaluar
integralmente la concepción de la Iglesia, a los propósitos de un modelo
temporal como es el Modelo Argentino.
Pero estoy seguro, eso sí, que
el llamamiento de las cartas encíclicas, las constituciones pastorales y las
cartas apostólicas -particularmente las más recientes- constituyen para
nosotros un aporte claro y profundo. Pienso que, en este terreno, el Modelo
Argentino sólo necesita que ese mensaje sea adaptado eficientemente.
Presento un Modelo nacional,
social y cristiano.
Al núcleo trascendente del
hombre argentino va esta propuesta: es hora de superar una visión materialista
que amenaza aturdir al ciudadano con incitaciones sensoriales que dispersan su
vida interior.
La ruta que debemos recorrer
activamente es la misma que definen las Escrituras: un camino de fe, de amor y
de justicia, para un hombre argentino cada vez más sediento de verdad.
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